El más poderoso acicate de los conquistadores suele ser la codicia de los bienes de los pueblos vencidos, los cuales les colman de enormes  riquezas y prestigio. En cuanto a ellos, Ben Qutaiba aludió a un tesoro en particular ubicado en Al Andalus, y dijo; “En Toledo existía un palacio  llamado la mansión de los monarcas, donde encontró Muza una mesa en la que estaba inscrito el nombre de Salomón (hijo del Rey israelita David),  junto a otra mesa de ágata. Cuando Muza vio estos objetos, los puso inmediatamente bajo custodia de personas de confianza, elegidos por él, y los  ocultó a los ojos de los suyos, pues tal era el valor de éstos y otros preciosos objetos encontrados al tiempo de la invasión musulmana, que no hubo  el e ejército un solo hombre que pudiera tasar su incalculable valor”.

Otro historiador, Ben Aben al – Hakam, lo refirió así; “Cuando España fue conquistada por Muza, éste tomó la mesa de Salomón y su corona.  Dijéronle a Tariq que la mesa se encontraba en un castillo llamado Faras, a dos jornadas de Toledo. Este le pidió la mesa y él se la entregó. Tenía  tanto oro como jamás se había visto algo similar. Tariq le arrancó una pata con el oro y perlas que aquella tenía, y mando colocar otra semejante.  Finalmente, un texto de Al- Maqqari rezaba; “la mesa estaba hecha de oro puro, incrustado en perlas, rubíes y esmeraldas. Estaba colocada sobre el  altar de la Iglesia de Toledo, donde la encontraron los musulmanes”.

Con aquellos enigmáticos textos, el tesoro de los godos aparecía aún más incierto en sus remotos orígenes. Las dudas y suposiciones se cernían  sobre el autentico paradero de aquel singular tesoro. Incluso Jorge Luis Borges, siguiendo tradiciones recogidas en autores orientales, al hablar del  palacio encantado donde los Reyes godos guardaban sus tesoros, se refiere a un lugar llamado Toledo, o Cuenca, o tal vez, Jaén. De facto, casi  todos los autores que tratan la Reconquista coinciden en que el lugar donde se hallaba el tesoro era Toledo, lo que resulta razonable habida cuenta  de que por entonces se trataba de la capital del reino visigodo. Algunos, a través de fabulas, especificaban que aquel palacio fue construido por  Hércules mucho tiempo atrás. Avanzando en la historia, y por medio de la trasmisión oral, aquel palacio derivó en la mítica cueva de Hércules. Otra  arraigada tradición señala una cueva de Hércules en un paraje cercano a Jaén, la famosa Peña de Martos.

A la vista de los numerosos textos acerca del enigma de la mesa de Salomón, cabe plantearse si existe en ellos algún fondo de verdad o de si se  trata de una mera fábula trasmitida por nómadas de ardiente y viva imaginación hipnotizados por la magnificencia de los enormes tesoros que  acaban de descubrir y conquistar.

Y es que para hablar de los misterios que se ocultan tras los pasos de la mesa del antiguo Rey de Israel habría que remontarse muy atrás en el  tiempo, concretamente en el momento de su supuesta primera desaparición, allá en tierras de Mesopotamia.

Para comprender bien el maravilloso enigma de la mesa de Salomón habría que comenzar, evidentemente, desde su historia más primigenia. Así,  cuando el maltratado pueblo judío de Israel sufrió la cautividad de Babilonia y la destrucción del Templo por Nabucodonosor II es posible que ciertos  objetos, especialmente sagrados, fueran puestos a salvo en escondites secretos por los sacerdotes del lugar. Finalmente cayeron en manos de los  romanos, cuando las legiones de Tito tomaron Jerusalén y destruyeron el mencionado Templo.

Flavio Josefo, testigo presencial de aquellos hechos y cronista de aquella conquista, escribió; Entre la gran cantidad de despojos los más notables  eran los que habían sido hallados en el Templo de Jerusalén, la mesa de oro, que pesaba varios talentos, y el candelabro de oro “.

El tesoro de Salomón quedó depositado primero en el Templo de Júpiter Capitolino y posteriormente en los palacios imperiales. Allí quedaron  archivados los sagrados objetos, junto con muchas otras piezas procedentes de todo el vasto Imperio, hasta que, en el año 410 D. C el rey godo  Alarico conquistó y saqueó la ciudad eterna.

La mesa de Salomón

En el botín de Alarico figuró el famoso tesoro del Templo de Jerusalén. Al tiempo, los sagrados objetos de Israel, confundidos con el resto de los  tesoros imperiales, fueron para Tolosa, la capital de los godos por entonces. Sin embargo, en el año 507 el rey Alarico II, presionado por el avance de  francos y burgundios, tuvo que abandonar Tolosa para replegarse hacia lo que sería la Hispania visigoda y establecer allí su reino, con capital en  Toledo, pero, a consecuencia de aquel traslado, ¿Qué fue de la famosa mesa de Salomón, tan elogiada por historiadores árabes de la reconquista?

Tiempo después, y con la invasión de los musulmanes en 711, la mesa se puso de nuevo en marcha para cambiar de destino. Se extravió, una vez  en manos musulmanas, misteriosamente en el trayecto entre Toledo y los puertos andaluces, de los que debería embarcar con rumbo a Oriente.  Desde entonces, varios personajes, en épocas distintas, han buscado el tesoro en diversos lugares, especialmente en Toledo y Jaén. No en vano, y  para acabar de enmarañar el enigmático asunto, la realidad parece empeñarse en respaldar la leyenda que habla de que; en 1858 se encontró un  valioso tesoro visigodo cerca de Toledo, Guarrazar, y en 1924 se halló otro cerca de Jaén, concretamente en Torredonjimeno. El de Toledo se  componía de una serie de coronas votivas, hoy depositadas en el Museo Arqueológico Nacional; el de Jaén, también formado por coronas votivas y  otros objetos, no tuvo tanta suerte. El labrador que lo halló pensó que se trataba de hojalata dorada y cristalitos de colores y lo entregó a sus hijos  para que jugaran. Cuando el asunto trascendió a las autoridades, solo fue posible rescatar unas pocas piezas menores.

A día de hoy, muchas son las teorías e hipótesis que ubican la mesa de Salomón en tal o cual lugar, sin embargo, aquel misterioso tesoro sigue  dando mucho de que hablar. Varios son los lugares en los que se le presupone su hallazgo, Toledo, Jaén, la catedral de Rennes – Le Chateau…  Ciertamente, ¿donde podrémos hallar tal tesoro?, ¿en que momento se le perdió realmente la pista? , Cómo era realmente la mesa de Salomón,  portaba alguna inscripción?. ¿ qué energía poderosa y mística albergaba?. Estas y otras muchas cuestiones se nos antojan sin respuesta precisa,  pues el misterio que las rodea sigue oculto en los “extensos desiertos de conocimiento que siempre inquietaran al ser humano”.

I. Sánchez


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