Algunos exploradores que visitaron África el siglo pasado recogieron sorprendentes testimonios sobre la posible existencia de monstruos en lugares inescrutables de la selva. Estos “supervivientes “de los dinosaurios, que para muchos son simples mitos de tribus indígenas, podrían tener una referencia paralela en las representaciones de algunos relieves de Babilonia. Pero si son mitos, ¿cómo pudieron llegar hasta allí?
Las increíbles leyendas que rodean a las abundantes apariciones del Yeti en innumerables puntos de nuestro extenso planeta o los extraños avistamientos de un supuesto plesiosaurio en el Lago Ness no hacen más que acrecentar la incertidumbre general sobre la posible existencia, aún a día de hoy, de antiguos animales prehistóricos supuestamente desaparecidos hace millones de años. Por razones biológicas y climáticas, algunos biólogos consideran muy factible la posibilidad de que gracias a una serie de coincidencias casi imposibles, todavía hoy puedan haber sobrevivido reducidos grupos de animales prehistóricos como ha sucedido con el celacanto en el Caribe, el cual se creía extinguido hace más de sesenta y cinco millones de años y del que solamente se conservaban algunos fósiles.
Y es que, son comunes las experiencias vividas por varios cazadores europeos a comienzos del siglo XX en las frondosas selvas africanas. Uno de las más representativas es la de F. Gobler, quien a su regreso de Angola relató una historia asombrosa, para muchos delirante, en un periódico local de El Cabo.En una de sus cacerías Glober tuvo noticias de la existencia en las marismas del lago Dilolo de un dinosaurio de cuatro toneladas, con cabeza y cola de un enorme lagarto. En la zona recibía el nombre de “chipekwe “.
Carl Hangenbeck, un importante traficante de animales de comienzos del siglo XX, creía sin concesión de dudas las extrañas leyendas de los nativos sobre la existencia de gigantescos y peligrosos saurios en las profundidades de los lagos y pantanos. En cierta ocasión, uno de los indígenas que trabajaba para él regresó de su trabajo bastante alterado tras sufrir un encontronazo con un enorme monstruo, mitad elefante, mitad dragón.
Entre los contados avistamientos destaca el de monsieur Lepage, quien en 1920 tuvo la “maldita fortuna “de ser atacado por uno de estos monstruos a la vuelta de una expedición de caza. Se trataba de un reptil de más de ocho metros, con hocico puntiagudo y un delgado cuerno en su extremo. Sobre los hombros tenía una giba escamosa. En las patas delanteras solo poseía unas pezuñas mientras que en las traseras el extremo se dividía en varios dedos.
En relación a éste caso, cualquiera puede atribuir todos estos detalles a la mente fabuladora de algunas tribus africanas, que dentro de sus religiones animistas, han incorporado seres fáusticos extraídos de una deformada realidad. Sin embargo, nada parece causal o inventado cuando encontramos descripciones muy similares descubiertas a cientos de kilómetros, en un lugar tan alejado como la antigua Babilonia.
De hecho, gracias a las representaciones artísticas conservadas en algunos relieves antiguos pertenecientes a las civilizaciones mesopotámica o egipcia, se tiene constancia de la existencia de algunos animales, hoy extinguidos, cuya proliferación en la antigüedad hizo les llegar incluso a ser considerados sagrados. Por ejemplo, en el Egipto faraónico “el morueco “era una especie más pequeña que la oveja, con dos grandes cuernos perpendiculares a la cabeza y que suele confundirse con el carnero moderno. Según los restos encontrados en las excavaciones arqueológicas, proliferó en el Valle del Nilo hace más de 3000 años, y se identificó con el Dios Khunum de Elefantina.
Pero el ejemplo más increíble puede que lo tengamos en la antigua ciudad de Babilonia. En aquella gigantesca e histórica ciudad, en una de las entradas se encontraba antaño la famosa puerta de la Diosa Ishtar. Tal pórtico era uno de los ocho que poseía la ciudad a lo largo de sus dieciocho kilómetros de muralla. Fue edificada bajo el reinado de Nabucodonosor II, quien reinó en Babilonia entre los años 605 y 562 A. C.
Tras su descubrimiento a comienzos del siglo XX, y bajo tierra, apareció un bello pórtico de ladrillos glaseados de color azul y amarillo. Allí, bajo esa tierra milenaria, se descubrieron números relieves que representaban a extraños toros y a un animal similar a un dragón. Su cuerpo estaba cubierto de escamas, tenía una larga cola y un grueso cuello. Las patas posteriores parecían ser de ave y las anteriores de un felino. Sobre su cabeza de reptil asomaba un cuerno erecto similar al que poseen los rinocerontes. Su lengua era bífida como la de las serpientes más mortales y desafiantes, y poseía también una cresta similar a las que tienen las iguanas actuales.
Después de su aparición estas infernales criaturas fueron encasilladas dentro de la complicada mitología babilónica, junto a seres tan conocidos como los toros alados de los asirios. Sin embrago, un descubrimiento causal echó por tierra estas hipótesis.
Y es que el misterioso toro que aparecía representado en la puerta de Ishtar junto al dragón, y que en principio fue identificado como un ser mitológico, resultó ser un animal real ya extinguido. Su nombre era “arouchs “, y sería lo más parecido a uno de nuestros bueyes, aunque más estilizado. A raíz de aquella información, el profesor Koldewey no lo dudo un instante. ¿Si el toro fue real, podrían haber existido también aquellos enormes y misteriosos reptiles?.
El boom que durante esos años experimentó la paleozoología alimentó la posibilidad de que los misteriosos “ dragones “ no fueran más que dinosaurios vegetarianos de patas de ave, algunos de los cuales fueron reconstruidos a comienzos de siglo a partir del hallazgo de varios fósiles . ¿Se trataba de una simple coincidencia o es que estos dinosaurios aún existían hace 2.500 años?, ¿pudieron los sacerdotes babilónicos haber mantenido en secreto algún espécimen de animal prehistórico desconocido de suerte que nosotros lo hayamos interpretado como un mero ser mitológico y fantástico?.
La relación de estos seres con algunos monstruos africanos es patente. Gracias a los textos conservados en escritura cuneiforme, se tiene constancia histórica de las relaciones comerciales entre los babilonios y algunos pueblos de la costa oriental africana. Entonces, ¿cabe preguntarnos si existe alguna relación entre las representaciones de Ishtar y las leyendas milenarias de posibles “dinosaurios “supervivientes en África ?, ¿ aquellos intercambios comerciales facilitaban la cesión de varios de estos ejemplares a los sacerdotes babilónicos a la hora de desarrollar su mitología y de crear a sus “ monstruosos Dioses, o tal vez la representación de aquellos seres respondía a su existencia real ?
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