El templo donde se encuentran extraordinarios bajorrelieves, considerados por algunos como los más hermosos de Egipto, se deben a un faraón  excepcional, Seti I. Fundador de la XIX Dinastía, padre de Ramsés II, notable administrador, jefe guerrero que supo dominar a los enemigos de    Egipto, Seti I lleva por completo un nombre sorprendente; “El hombre del Dios Seth “, es decir, el asesino de Osiris.

Con su creación, Seti I se convirtió en el Maestro de obras de un templo inmenso lleno de magnificencia y monumentalidad. La planta de aquel divino  edificio resulta especialmente curiosa. Recuerda la forma de una escuadra.

Seti I construyó el edificio para convertirlo a la vez en un palacio de eternidad y en una gigantesca ofrenda a Osiris. Debe advertirse, por otra parte, que  en las numerosas escenas que adornan los muros del templo, Osiris y Seti I se identifican el uno con el otro: el Dios tiene el rostro del Rey, el Rey  encarna al Dios.

Seti I dotó con abundancia su templo de Abydos, proporcionándole importantes ventajas económicas. Los demás reyes del linaje de los ramésidas  se encargaron del mantenimiento del edificio que, sin embargo, nunca se terminó; debemos ver en ello una intención simbólica ya que cada templo  era una obra perpetua evolución hasta el final de los tiempos. Pero, por extraño que parezca, este grandioso templo nada tiene de fúnebre o triste. En  él la inmortalidad osifica es gozo y serenidad, pues estos son los sentimientos que se desprenden de las admirables escenas rituales que antaño  estaban reservadas a los iniciados en los maravillosos misterios de Osiris.

Al efectuar la peregrinación a Abydos uno es invitado a la Corte de un Rey de otro mundo. Al penetrar en el templo, se abandona por completo el  universo aparente y se entra en un mágico universo ritual, en una familia del más allá cuyo padre, exigente pero justo, es Osiris.

Dos números sagrados rigen el templo del faraón Seti I; el 2 (albergaba dos pilones, dos patios, dos salas hipóstilas), y el 7 (, siete enormes puertas  de entrada que permitían el acceso al interior, y siete tramos que cruzaban las dos salas hipóstilas, las cuales, llevaban cada una siete capillas  donde se revelaban los ritos realizados por el faraón para mantener la vida divina en la tierra). Y es que este último contenía el secreto de la vida en  espíritu. Para crear materia viva, el mago debe operar de acuerdo con el siete. Así, para unir en la tierra lo que debe permanece en atado en el cielo,  hay que utilizar el siete como dígito divino y creador.

Del grandioso templo de Seti I sólo queda hoy día lo más esencial de su magnánima construcción, digna de regocijo y asombro. El pilón, los dos  grandes patios, el jardín y los árboles han desaparecido. Los vestigios registrados prueban que las escenas rituales mostraban al Rey como  guerrero y como sacrificador; lo cual resulta un guión clásico en los entramados accesos a un templo egipcio.

La fachada del templo, tal y como se conserva, no es por tanto una verdadera fachada, sino que se trata en realidad de un pórtico con doce pilares  que servía de fondo al segundo gran patio. A partir de ahí, se accede directamente al templo cubierto y a la primera sala hipóstilas por una corta  rampa. Enseguida se produce el contacto con el número mágico (7); siete puertas, cuatro de las cuales fueron cegadas en tiempos de Ramsés II por  razones desconocidas y que escapan al conocimiento.

A la izquierda de la entrada de este templo cubierto, el faraón Ramsés II llevó a cabo el Acto supremo del culto. En ese espacio se pueden  contemplar maravillosas escenas; aparece una estatuilla dedicada a la Diosa Maat, la Armonía Universal, y una tríada muy particular, compuesta por  el Dios Osiris, su esposa Isis, y el faraón Seti I. Indiscutiblemente, éste aparecía considerado aquí como Horus, hijo de Isis y Osiris. El texto  jeroglífico que acompaña esta bella representación fue compuesto por Ramsés II para insistir en el culto rendido a su padre Seti I.

A continuación, si nos adentramos en la primera sala hipóstila, la cual está dividida en siete tramos que corresponden a siete capillas que  constituyen el núcleo del sagrado templo, accederíamos a la sala de la adoración de las tríadas. Cada una de las siete divinidades del templo forma  tríada con esposa y heredero, recordando así la tríada primordial egipcia; Osiris, Osis y Horus.

El faraón rendía homenaje a esas siete tríadas. Allí, atraía para sí las potencias y fuerzas divinas, las cuales le harían pasar por siete grados de  conocimiento. En el muro del fondo de esta sala de culto, a la derecha el visitante puede admirarse y quedar boquiabierto ante una escena i  mponente; la purificación del Rey practicada por dos Dioses, Horus y Thot. El primero es el protector de la función real, (el que otorga el poder Real),  Thot es el señor de los jeroglíficos y el guardián de la ciencia sagrada (le otorgará al faraón sabiduría y conocimiento). Ambos purifican al faraón con  la energía creadora. Con ello, éste queda despojado de sus impurezas más humanas y se beneficia de la magia divina que le permitirá dirigirse  hacia la tríada osirica, conducido por dos guías, Upuaut, el que abre los caminos, y Horus, el que brinda su protección a lo largo de toda su  andadura. A continuación, asistimos a un episodio secreto de los misterios de Osiris; el faraón purificado presenta a la tríada de Dioses un cofre en  el que se conservaban papiros. El papiro enrollado y sellado, en lengua jeroglífica, es símbolo de las ideas abstractas y del conocimiento. En estos  rollos se escribieron los rituales y las sagradas palabras de los Dioses. El faraón ofrecía al señor del templo la ciencia sagrada de la que es  depositario, probándole así que los secretos no han sido revelados y que todo está en orden.

Continuando a través del divino templo se puede encontrar la segunda sala hipóstila, la cual presenta veinticuatro columnas. Sus capiteles son  papiros cerrados.

El suelo asciende, el techo vicia su altura hacia abajo en una sensación agobiante. Aquí, los bajorrelieves encontrados, de una belleza que deja sin  aliento, muestran a Seti I llevando a cabo los actos rituales en presencia de algunas divinidades, especialmente incensamientos. Ahora bien, la  palabra “incienso “, significa literalmente en egipcio; “hacer divino “. Al incensarlas, el faraón incrementaba la divinidad de las divinidades, les  devolvía energía.

Templo de SETi I

De las siete capillas presentes en el templo destaca una por encima de todas. Esta es la capilla de Osiris, dueño del templo. Mientras que el fondo  de las demás capillas presenta una estela que recuerda la estela de ofrendas de las mastabas, concretamente a las tumbas del Imperio Antiguo, en  la capilla de Osiris el muro del fondo da a una especie de paisaje que lleva a una especie de tras- templo particular de Osiris. Este consta de una  sala principal de diez columnas, con tres capillas a la derecha y, a la izquierda, una salita con cuatro columnas que terminan también con tres  capillas. El conjunto está consagrado a Osiris, Isis y Horus.

Un detalle excepcional de este hermosísimo tras-Templo es que, en la esquina noroeste del edificio, se abre paso una pequeña sala con dos  columnas que no tiene abertura alguna, lo cual impide el acceso humano.

Hasta aquí, hemos recorrido el eje principal del templo, desde la primera sala hipóstila hasta el tras- templo de Osiris, pero aún nos quedaría por  descubrir la zona sudeste de este enorme y bello templo de Seti I.Para acceder a ella deberíamos situarnos frente a la capilla de Seti I, la que está  más a la izquierda de las siete. Al cruzar la puerta, entramos en una  sala con tres columnas que da a una capilla consagrada al Dios Nefertum y otra  al Dios Ptah- Sokaris. La escena más importote, que se encuentra  en la capilla de Ptah, muestra a Isis en forma de ave rapaz despertando la  virilidad de Osiris muerto y haciéndose fecundar para dar nacimiento a  Horus.

Al salir de la sala adentrémonos entonces por un largo pasillo donde nos aguarda un insólito espectáculo. En el techo, estrellas y cartuchos reales  decoran el corredor y lo llenan de magia, en los muros, Seti I acompañado por su hijo Ramsés, realiza la ofrenda del incienso a setenta y seis faraones que reinaron antes que el. Se trata de antepasados venerados que guiarán al faraón.

Por lo demás, la escenografía del techo es muy explicito; el alma de los Reyes muertos ascendía al cielo para fundirse en luz y convertirse en  estrella. Además, el óvalo del cartucho representa el circuito del extenso universo que rodea el nombre de cada faraón. Se debe entender que nos  hallamos en el cosmos, en presencia de almas de luz, y cada noche podemos interrogar a las estrellas del cielo para conocer los pensamientos y  los preceptos de los faraones de Egipto, presentes para siempre entre nosotros.

Finalmente, y tras haber contemplado los más maravillosos bajorrelieves de Egipto, y tras haber quedado completamente boquiabiertos ante su  eterna belleza, abandonaríamos el colosal templo a través de unas escaleras halladas en el interior de este maravilloso edificio sagrado, sin duda uno de los monumentos más imponentes del País de los faraones.

 

Por I. Sánchez


0 comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *